La Segunda Guerra Mundial: Pearl Harbor

La agresión japonesa a la base naval del Pacífico de EE.UU., ocurrida el 7 de diciembre de 1941, definió el curso de la Segunda Guerra Mundial


“No quedaba otra opción que levantarse”. Así justificó Shigenori Togo, ministro de Exteriores japonés en 1941, el ataque japonés a la base naval de EE.UU. en Pearl Harbor, del que hoy se cumplen 75 años. Una agresión que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial –metió a un Estados Unidos aislacionista en el conflicto- y que, desde la perspectiva oriental, rompió con la dinámica de la historia en Asia.

Precisamente desde la perspectiva nipona, el germen del ataque a Pearl se encuentra diez años antes, con la invasión japonesa de China que terminó generando el estado-satélite de Manchukuo. El crac del 29 afectó también a Japón, cuya población se entregó a los militares y a la solución que proponían: la expansión territorial mediante la guerra para nutrirse de materias primas. Manchukuo fue la cabeza de puente en la Asia continental, legitimizada por la presencia de Pu Yi, antiguo emperador de China, y que sirvió como base de expansión hacia el sur: desde la Indochina francesa, hasta la Malasia británica o las Antillas holandesas. Es decir, hacia las colonias que la convulsa Europa de los años 30 había dejado en estado de semiabandono.

Para 1940, la expansión continental de Japón le convertía en un aliado estratégico dentro de un conflicto que ya se adivinaba global. Tras comprometerse a no agredir a la URSS, Tokio se sumó al eje Berlín-Roma en el Pacto Tripartito firmado el 27 de septiembre de 1940, que concedía a Japón la primacía territorial en Asia. Y fue en ese momento cuando Estados Unidos sintió la amenaza. Con la URSS preocupada por su frente europeo, la expansión en el Pacífico –en el continente el rival era China- del Imperio Japonés solo encontraba una posible resistencia: la de Washington.

El aislacionismo estadounidense

Estados Unidos, dentro de la presidencia de Franklin D. Roosevelt –y probablemente a su pesar- había optado por el aislacionismo. FDR había fracasado a la hora de convencer al Congreso para prestar ayuda a la República española en 1938 y se había comprometido –en septiembre de 1940: es decir, en plena campaña por la reelección- a no enviar a norteamericanos a luchar en el extranjero. De esta forma, la Casa Blanca trató de frenar a los japoneses por la vía de la sanción, fundamentalmente al combustible. La respuesta de Tokio fue no cejar en su empeño expansionista, a pesar de estar labrándose un nuevo enemigo.

No obstante, a lo largo de 1941 Japón y Estados Unidos negociaron un posible acuerdo que pusiese fin a la tensión y al bloqueo comercial. El pacto, dibujado en noviembre de aquel año, se encontró con un escollo insalvable: Chiang Kai-shek. Aunque el acuerdo llevaba a Japón a retirarse de Indochina, a reducir su presencia militar en el continente asiático y abría la puerta a que Tokio abandonase el Triple Eje, reconocía la existencia de Manchukuo, algo que el líder nacionalista chino no estaba dispuesto a tolerar. Una serie de confusiones diplomáticas en torno a lo acordado –y que concluyeron en la Nota Hull, un punto casi final de las conversaciones entre Tokio y Washington- llevó a la ruptura de las negociaciones.

Era el 26 de noviembre de 1941. Ese mismo día, seis portaaviones de la Armada Imperial japonesa abandonaban el puerto de Iturup, en las Islas Kuriles, con destino a Pearl Harbor.



Más de 400 aviones

Los seis portaaviones nipones -Akagi, Kaga, Sōryū, Hiryū, Shōkaku y Zuikaku- transportaban más de 400 aviones con destino a la base naval del Pacífico de Estados Unidos, donde la flota norteamericana reposaba. Los once días de travesía debían llevarse a cabo en el más absoluto de los secretos, ya que el éxito del ataque, diseñado desde principios de 1941, dependía del factor sorpresa. El objetivo era anular la fuerza naval en el Pacífico de EE.UU. Con los submarinos u-boots alemanes controlando el norte del Atlántico, el aislacionismo de EE.UU. dejaría de ser una estrategia para convertirse en una imposición. De otra parte, la geografía del Pacífico –multitud de islas, imposibles extensiones- obligaría a Washington a centrar el foco de su fuerza militar en defender la costa oeste del país.



Y el factor sorpresa funcionó. La flota japonesa permaneció oculta hasta las 3:42 de la madrugada del 7 de diciembre, cuando uno de los submarinos que acompañaba a los portaaviones fue avistado por un buscaminas estadounidense, el Condor, que no advirtió la gravedad del peligro. Dos horas y 28 minutos después, a las 6:10, la primera oleada de aviones japoneses partía hacia su objetivo: 183 aparatos que debían destruir, por este orden, todos los acorazados, portaaviones, cruceros y destructores posible. Además, los cazas Zero tenían un objetivo añadido: acabar con los aeródromos para impedir una defensa inmediata de la segunda oleada de ataques.

Sin saberlo, la propia base de Estados Unidos está ayudando a sus enemigos. Los pilotos japoneses usan una radio local, ubicada en Honolulu, como guía hacia su objetivo. Es esa estación la que les informa de que las nubes no serán un obstáculo durante el ataque: “Está nublado en las montañas, pero la visibilidad es buena”. El reporte se emitió a las 7:40 de la mañana. Poco antes, el mensaje del buscaminas Condor ya había llegado a su buque de referencia, el Ward: habían atacado a un submarino que estaba en aguas defensivas de Hawái. El Estado Mayor de la Flota del Pacífico decidió no hacer nada y esperar a la confirmación del ataque. Lo consideraban uno más de los falsos reportes de ataques submarinos que se habían recibido en esas fechas.

Pero el auténtico drama se vivía en Washington: a las 7:33, hora de Hawái, los servicios de inteligencia lograron desencriptar un mensaje japonés que indicaba a sus negociadores –el desencuentro por la Nota Hull no había acabado con la diplomacia- que abandonasen las conversaciones. Transmitido de inmediato al Presidente Roosevelt y al general George Marshall, Jefe del Estado Mayor, se decidió advertir a Pearl Harbor de la situación. El mensaje, no obstante, no llegaría a Pearl Harbor hasta las 11:45, cuando en la base solo queda espacio para la tragedia.

A las 7:55, en Pearl Harbor suena la primera explosión. El ataque ha comenzado. Y en la radio japonesa truena otro mensaje: “Tora! Tora! Tora!”. Mitsuo Fuchida, que lidera la primera oleada, transmite la clave que hace saber al Almirante Yamamoto, estratega del ataque, que Pearl Harbor no tiene defensa.

Tres grupos de ataque

La primera oleada del ataque japonés distribuyó sus fuerzas en tres grupos. El primero, formado por 89 bombarderos Najakima B5N –tipo Kate- tenía como objetivo diez navíos estadounidenses: USS Maryland, USS Tennessee, el USS West Virginia, el USS Arizona, USS California, USS Nevada, USS Oklahoma, USS Utah, USS Raleigh y USS Helena. Se les unió el USS Vestal, un barco de reparaciones adosado en ese momento al USS Arizona. Un segundo grupo, formado por 51 bombarderos Aichi D3A –tipo Vals-, atacaría los aeródromos de Hickam y Wheeler. El resto -43 cazas Mitshubishi A6M2, tipo Zero- contribuirían a la destrucción de los aeródromos pero tenían como objetivos primarios puestos de control y comunicaciones: la estación de Ewa, el control aéreo de Belows, el control aéreo de Ford Island y su aeródromo adjunto y los hangares de Kaneohe y Barbers Point.

Sólo 15 minutos después del inicio del ataque, Japón se cobra su primera gran pieza: el USS Arizona, un acorazado de 185 metros de eslora y más de 30.000 toneladas de carga. Uno de los Kate que tiene asignado el buque como objetivo logra lanzar una bomba que cruza las distintas cubiertas del barco hasta impactar contra el polvorín, que almacena 450.000 kilos de pólvora. La explosión, brutal, partirá el barco en dos y matará a 1.177 personas: casi la mitad de las víctimas mortales del ataque. Las tareas de contención del incendio causado por la explosión no concluirán hasta el 9 de diciembre.


Al poco, otro gran buque estadounidense cae derrotado: el USS Oklahoma. Tres torpedos impactaron sobre él en el momento de mayor indefensión, volcándolo. Aunque la tripulación se echó al mar para tratar de salvarse, los 32 Kates asignados para la destrucción del navío no tuvieron piedad de la tripulación, que fue ametrallada mientras trataba de salvarse. Solo el mástil principal del acorazado permitió que se hundiera del todo. 429 de los 864 tripulantes asignados perecieron en apenas unos minutos. Otros 64 morirían a bordo del USS Utah, conformando las tres principales pérdidas materiales del ataque. Ni el Arizona ni el Oklahoma ni el Utah pudieron ser reflotados.

Veinte minutos después de iniciado el ataque, Pearl Harbor era un caos. De lo poco que se puede hacer en el desorden es tratar de salvar los barcos más pequeños, más maniobrables. Es el caso de los destructores Helm y Monaghan que, en su huida, descubren que el ataque japonés no es sólo aéreo. Ambos topan con dos minisubmarinos lanzatorpedos, y logran hundirlos. El Helm, además, consigue rescatar y arrestar a uno de los ocupantes de los sumergibles japoneses, Kazuo Sakamaki, que se convierte en el primer prisionero de guerra capturado por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Sakamaki será, además, el único prisionero hecho durante el ataque.

Tras media hora de bombardeo, los lanzatorpedos japoneses se retiran, pero no así los cazas Zero, que continúan arrasando los aeródromos adjuntos a Pearl Harbor para impedir una respuesta. La política antisabotaje seguida por los militares estadounidenses, que consiste en atar unos aviones a otros, facilita su labor: al estar agrupados constituyen un objetivo más sencillo. Mientras, en el puerto, el USS Nevada, gravemente dañado, se hace a la mar para escapar de la previsible segunda oleada. La aviación japonesa, ya de retirada, no le ataca: prevén hundirlo en la segunda oleada y antes de que abandone el puerto, de forma que bloquee la salida y deje atrapados a todos los buques. Pero el Nevada se acomoda en Hospital Point, uno de los laterales de la bahía, donde embarranca, lo que le permitió sobrevivir al ataque.

La segunda oleada

Apenas 45 minutos después del primer ataque, la segunda oleada de aviones japoneses ya sobrevuela Pearl Harbor. Como en la primera, la forman tres grupos: 54 Kates que tienen como objetivo el control de Kaneohe y el aeródromo de Hickman; así como 27 Zero con los que comparten objetivo y que además tienen orden de barrer Pearl Harbor. Les acompañan 78 Vals que añaden a los buques objeto del primer ataque al USS Neosho y al USS Shaw, además de las instalaciones militares de la Marina en Pearl.

Pese a las circunstancias, los estadounidenses han conseguido organizar, más con voluntad y coraje que desde la estrategia, un muro de defensa con las baterías antiaéreas de los buques atracados en Pearl Harbor.

Los aviones japoneses centran su ataque en el USS Pennsylvania, que está en dique seco junto a dos cruceros: el Cassin y el Dowes. Ambos quedarán inutilizados y retirados de servicio hasta su reparación completa, a mediados de 1943. Aunque el acorazado no estaba entre los objetivos primarios de los japoneses, ha conseguido activar sus defensas y convertirse en la principal fuerza estadounidense contra el ataque. Los daños causados por la aviación japonesa lo dejaron inutilizable hasta marzo de 1942.

Mientras tanto, Japón seguía cobrándose piezas. El ataque sobre el USS Shaw causó una explosión tal que se encontraron piezas del barco a 800 metros de distancia, obligando a además a abandonar el barco, que quedó semihundido.

A las 9:45, una hora y cincuenta minutos después del primer ataque, los japoneses se retiraron de Pearl Harbor. No habría una tercera oleada, que sigue siendo objeto de debate. En todo caso, la conveniencia de un tercer bombardeo forma parte más del mito que de la historia.

Las secuelas: el balance final

El panorama en Pearl Harbor es desolador y solo quedan por recibir malas noticias. A las 15:00, el general Walter C. Short recibe un mensaje que suena a sarcasmo: el Estado Mayor le comunica la inminencia de un ataque sobre Pearl Harbor. Es la conclusión del mensaje desencriptado 17 minutos antes del ataque y enviado, debido a las condiciones climáticas, por telégrafo comercial, y no por radio. Para mayor oprobio, el mensaje llegó a Pearl a las 11:45. Todavía tuvieron que pasar más de tres horas hasta que lo recibiera el hombre que debía construir la defensa de la base.

En Pearl Harbor llega el momento de contar las bajas. Tras días de trabajo se cifrarán, por parte estadounidense, en más de 3.500: 2.403 muertos (2.390 en el recuento del 7 de diciembre) y 1.178 heridos. Japón deberá lamentar la pérdida de 65 hombres: 64 fallecidos y un prisionero. Además, habrán perdido 29 aviones, 15 de ellos abatidos directamente por baterías antiaéreas estadounidenses.

El capítulo de las bajas materiales por parte de Estados Unidos añade más dolor al drama. Hasta 19 barcos han sufrido daños de distinta consideración, con ocho de ellos hundidos, aunque cinco podrán ser reflotados: los cruceros USS Cassin y USS Shaw, el minador Oglala, y los acorazados USS West Virginia y USS California. Además, el raid nipón sobre el aeródromo de Hickam, particularmente, y el resto de los aeródromos ha resultado letal. 188 aviones, la mayoría de ellos ubicados fuera de los hangares, han quedado destruidos. La única buena noticia respecto a la fuerza es que los tres portaaviones del Pacífico –Entreprise, Lexington y Saratoga- estaban fuera de la base cuando sufrió el ataque. Buena noticia y relativa: la Guerra del Pacífico, que acababa de comenzar, la iban a decidir las embarcaciones como acorazados y cruceros, por su rapidez y movilidad para cubrir un territorio definitivamente extenso.


Un día después, el 8 de diciembre de 1941, el presidente Franklin D. Roosevelt se dirige a la nación y al Congreso. Tras el ataque, el aislacionismo es imposible y FDR romperá su promesa de no enviar a estadounidenses a combatir en el extranjero. El Senado finalmente aprueba la declaración de Guerra con un voto contundente: 388 síes y un único no. Estados Unidos, así, entra en guerra contra Japón y el eje Berlín-Roma. “Ayer –dijo Roosevelt- , siete de diciembre de 1941, una fecha que vivirá en la infamia, Estados Unidos de América fue repentina y deliberadamente atacado por fuerzas navales y aéreas del Imperio del Japón”.

La participación de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial será capital para la derrota del nazismo en Europa a través del Desembarco de Normandía, en el que participó, por cierto, uno de los barcos dañados por los japoneses en Pearl: el USS Nevada. Al otro lado del mundo, la guerra con Japón terminaría el 15 de agosto de 1945 tras los ataques nucleares contra Hiroshima y Nagasaki, que desharían el Imperio japonés. Atrás quedarán los experimentos de guerra biológica de Japón en territorio chino y contra cientos de miles de ciudadanos locales, o los campos de concentración, llamados de relocalización, para inmigrantes asiáticos, fundamentalmente japoneses, que se establecerán en Estados Unidos. No, el 7 de diciembre de 1941 no fue la única fecha que vivirá en la infamia.

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